by Fisio | 11/10/2009 01:56
Mientras nuestros centros superiores de aprendizaje se van formando (cortex) durante la infancia, necesitamos un sistema ya instaurado, que nos permita sobrevivir. Este sistema que todos los animales tenemos de serie antes de que aprendamos, son las emociones. Antes de saber formal y razonadamente que un león es uno de los animales que puede vernos como su desayuno, y aprender a reconocer su forma, tamaño y color, necesitamos un impulso más básico que nos hace salir pitando sin dudarlo si vemos uno. Ese mecanismo es el miedo. Ese cerebro primitivo de las emociones es lo que nos ha permitido sobrevivir durante la evolución. Gracias a él somos capaces de reconocer el placer (sistema de recompensa neurofisiológico y hormonal) y nos alejamos del dolor (estímulo neurofisiológico desagradable que el cerebro nos manda para que nos retiremos). Los animales siguen tomando decisiones en base a este sistema en gran parte. Nosotros sin embargo tenemos una mayor habilidad de decidir que hacer con esa información del cerebro primitivo. Por ejemplo, si estás a 50 metros de altura y cayendo a toda velocidad, tu cerebro primitivo te alertará con una profunda sensación de miedo para que intentes escapar, pero si estás en un parque de atracciones, el córtex habrá reconocido que en realidad no hay peligro porque estás montado en una atracción, y modulará a la baja los impulsos del cerebro primitivo, con lo que la sensación de miedo en la montaña rusa se hace, al menos, tolerable. Las incongruencias entre el cerebro primitivo de las emociones y los centros superiores de toma de decisiones, probablemente están detrás de un gran número de problemas psicológicos.
Podemos decir que somos afortunados al tener dos sistemas distintos, uno básico y heurístico, el de las emociones, altamente efectivo en decisiones críticas, y otro superior, deliberativo, que nos permite un reconocimiento en profundidad de la situación, pero cuya interpretación requiere un mayor tiempo y reconocimiento en ciertas situaciones. Sin embargo, la convivencia de estos dos sistemas nos genera una serie de problemas. Podríamos decir que somos los campeones de la naturaleza en generarnos problemas que no existen. Problemas futuros que no han sucedido (muchos de los cuales finalmente jamás sucederán), o amplificar de forma absurda situaciones cotidianas sin importancia. Somos los campeones del reino animal en crearnos conflictos ficticios y generarnos emociones desagradables a nosotros mismos. Un animal sólo vive el presente, sabe si algo es agradable o desagradable y cuando tiene una emoción negativa es por que la necesita (miedo para huir…). Su único problema es sobrevivir en ese momento, no al año que viene, y hacer lo necesario a tal fin. Nosotros tenemos la virtud de la anticipación y el pensamiento a largo plazo, pero esta virtud se convierte en un problema a menudo al traer al presente problemas que en realidad no han sucedido. Y para fomentar esta virtud de la anticipación, también indagamos en el pasado para aprender de experiencias anteriores y tener más recursos para el futuro. Por lo que a veces pasamos poco tiempo en el presente, fluyendo como diria el científico Csikszentmihalyi.
Qué es la felicidad?
No existen realidades objetivas, sino nuestra percepción e interpretación activa. La vida tiene vicisitudes, pero la percepción negativa de esa vicisitud la decide cada persona por completo. La felicidad no es un estado de ánimo pasivo a que la vida vaya poniendo en tu camino unas cosas u otras. La felicidad es una forma de ser, un aprendizaje activo e interno. Las vicisitudes de la vida influencian la felicidad, pero no condicionan o dirigen la felicidad de alguien.
Tendemos a pensar que la felicidad es la consecución de nuestros deseos: aquí confundimos la felicidad con el placer. Sin embargo la neurofisiología del placer no nos lleva a la plenitud. Una ducha caliente de 10 minutos es agradable, 2 horas es una tortura. Es el efecto Coolidge, un mecanismo de defensa de nuestro cerebro para no alterar su neurofisiología, y su equilibrio en los sistemas de neurotransmisión. La consecución de bienes materiales nos genera un placer temporal, para luego generar insatisfacción al dejar de haber sentido el propio placer con la intensidad del principio, y así necesitar nuevamente otro bien material que nos vuelva a dar placer con la misma intensidad. Así que una fuerte causa de insatisfacción es curiosamente la dependencia de la consecución de bienes que posteriormente generan frustración al perder la propia sensación de placer. No hay nada malo sin embargo, en disfrutar de los placeres de la vida, siempre que no nos generen dependencia o apego hacia él, y que su ausencia no nos haga caer en la frustración de no poseer, o necesitar nuevamente otra cosa.
Ni que decir tiene que las empresas y los publicistas conocen perfectamente como funciona el mecanismo del placer, que aprovecharán para venderte un producto que te genere placer y al tiempo de nuevo frustración, para volver a empezar el ciclo con otro producto nuevo que te pasan por la cara para volver a experimentar el placer perdido, y así ad eternum. Dedican auténticas fortunas para generar necesidades que no tenemos y que no nos hacen felices, fomentando la codicia, la envidia y un repaso a casi todas las emociones estúpidas que solo son fuente de infelicidad.
El hombre más feliz del mundo.
Mathieu Ricard. Hijo de una pintora impresionista y de un influyente filósofo en Francia. Doctor en Genética Molecular del Instituto Pasteur. Una persona culta, investigador importante, de buena familia… podría decirse que lo tenía todo. Sin embargo, decidió donar sus posesiones e irse al Tíbet a meditar. Con la meditación alcanzó la sabiduría, gracias a sus maestros budistas, y con ella, alcanzó el mayor nivel de felicidad conocido.
La neurociencia ya había investigado con imágenes las zonas cerebrales que se activan en personas que se declaran felices, en personas clínicamente deprimidas, en personas expuestas a un estímulo fóbico, etc, etc. Mientras más feliz se declara una persona, mayor actividad en el área prefrontal izquierda del córtex, y mientras más infeliz ocurre una menor actividad en dicha zona. En la Universidad de Madison Winsconsin quisieron conocer los efectos de la meditación con éstos mismos parámetros por neuroimagen. La sorpresa fue mayúscula, y es que años meditando, sirven para activar las áreas cerebrales relativas a la felicidad. Cuando los monjes budistas iniciaban la meditación sobre la compasión, el área del cortex prefrontal izquierdo aumentaba con una intensidad muy por encima de los valores que estaban registrados previamente en cientos de personas «normales». Mathieu Ricard y los budistas con años de experiencia en meditación dieron resultados por encima incluso de la escala máxima de registros documentados anteriormente. De aquí se extrae otra conclusión, que de alguna manera se intuía porque las personas más altruistas eran estadísticamente las que se declaraban más felices. La compasión y el altruismo es lo que genera un mayor estado de felicidad. Y ya está demostrado científicamente.
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